5- INFIERNO

-¿Para qué te quieres guardar esa radio antigua?-le interrogó Tom.
-Pues...-le intentó responder Aya.
-Trae.
-¿Qué vas a hacer?
-Antes te me has ofrecido como vuestro guía, primera regla, fíate de mí.-le respondió tajante. Acto seguido le hizo entrega de la radio, el muchacho la tomó, deslizó una tapadera lateral, agarró dos pilas y tiró al suelo el mohoso aparato para después destriparlo con una suela del 45. 
-¿Pero eres tonto? ¿Por qué has echo eso?-le increpó la joven algo irritada.
-Una radio desvencijada no nos va a salvar la vida en este sitio-dijo echando un vistazo al hall que aún permanecía oscuro-unas pilas extra para las linternas, en cambio, sí-concluyó.
La joven se quedó callada, sin saber qué responder o, mejor dicho, cómo reaccionar. 

Mientras, Tom se dio la vuelta para ver que John estaba mirando algo fijamente arriba de las escaleras.
Se acercó silenciosamente hacia su compañero y desde su espalda, obteniendo la misma dirección que los ojos de su amigo vio aquella figura femenina que descendía lentamente entre la oscuridad.
-¿Es mi m...m...madre?-susurró a punto de romper a llorar.
-Eso es imposible John. Ella murió hace 5 años, ¿te acuerdas? Aquel callejón...-le susurró su amigo. Acto seguido, Tom levantó su linterna hacia aquella figura de pelo azabache que se acercaba paulatinamente, esbozando una espectral sonrisa... y entonces, encendió la linterna.
-¡Vaya Tom! ¡Le has quitado la emoción al momento! Como siempre...-dijo una voz adolescente.
-No nos des estos sustos, Samantha. Casi le provocas un ataque a John-respondió un Tom cansado.
-¿Eh? no, no, a mí no me ha dado ningún susto...es que... estaba oscuro...sólo eso jeje -replicó el mencionado.
-¿Samantha? ¿Se puede saber qué haces aquí?-increpó una sorprendida Aya.

Samantha tenía 18 años. Estudiaba veterinaria en la Universidad, pero no en la Universidad del pueblo, sino en la de Brahms. Desde pequeña le atraían los misterios sin resolver, los enigmas, lo oculto, de ahí que se ganara el sobrenombre de "la siniestra" concordando, a la vez con su forma de vestir, el 99'99% de negro. Al igual que ahora, que llevaba unos vaqueros rotos, negros y ajustados, unas botas negras, una camiseta de dos tallas más grande con la palabra "Nirvana" en el centro y su pelo negro carbón le tapaba la mitad de la cara. 
Habían sido de pequeñas grandes amigas, Aya y ella. Pero años más tarde se separaron porque la familia de Samantha se mudaba a otro pueblo. Su amiga no le perdonó jamás que no le hubiera avisado de que se había ido hasta que sus padres se lo contaron. Le sentó fatal. Ella nunca la llamó.

-Y explíquenme eso de "como siempre", ¿es que ustedes ya se conocían?-interrogó Aya.
-Aya, cálmate, por favor.-le respondió Tom.
-Pues quiero respuestas-dijo frunciendo el ceño la chica.
-El año pasado, para Biología nos encargaron un proyecto, ¿te acuerdas? Al no tener ningún compañero en clase lo hice de forma individual, como siempre. John me facilitó el teléfono de Samantha, como un favor. Nos conocimos y me ayudó a hacer el trabajo, punto. Eso es todo-le aclaró Tom.
-No podría haberlo definido mejor.-asintió Samantha.
-Vale...¿pero cómo has entrado aquí? Mejor dicho, ¿qué haces tú aquí?-Le preguntó John.
-Tom me lo pidió-le respondió la joven apartándose un mechón de la cara.
-¿Cómo?
-Antes de traeros aquí, y mientras John había ido en tu busca, indagué a cerca de este caserón. Apuesto a que tú también Aya, ¿me equivoco? La mitología que envuelve este lugar es un tema del que le atrae a Samantha...
-Pero me podéis llamar Sam-le cortó la susodicha. Como accionado por un resorte le miró despectivamente Tom, dándole a entender que no le gustaba que le interrumpiesen, dado lo poco que le gustaba dar explicaciones. "Sam" se quedó muda y desvió la mirada.
-Bueno, pues me pareció justo que ya como tú, habías traído a Aya, para equilibrar un poco la balanza, podría traer yo a alguien.-terminó Tom.
-¿Y esto lo sabe alguien más? ¿Quizás tu novio pirado, "Saam"?-le preguntó de forma burlona Aya a Samantha.
Ésta le liquidó de una mirada furtiva. -¡Cállate! Andreu ya no es mi novio. ¿Podemos continuar?-le dijo Samantha.
-No. Una cosa más, ¿cómo has entrado aquí?-le inquirió John, viendo que en los ojos de Aya aparecía un odio irrefrenable que no terminaría en nada bueno.
-Me colé por una ventana.
-¿Nos disculpas un momento, Samantha?-le dijo mientras con la mirada llamó a Tom para que le siguiera. -No, John. Tú quédate aquí.
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La pareja se dirigió a una sala contigua, parecía una recepción con unos asientos de color azul rajados y polvorientos, la mesa de la recepción estaba olvidada al igual que las telarañas que cubrían la superficie del picaporte de la otra puerta que daba a otra habitación.
 
-¿Quién te crees tú para traer a esa zorra aquí? Sin consultármelo. No me lo esperaba.
-¿Perdón? Si quieres decirme algo lo dices en voz baja, que nos podría estar escuchando.
-¿Quién, tu novia la gótica?
Tom se puso tenso, bajó la mirada y le dio la espalda. Aya pareció sorprendida.
-¿Sabes qué? Te voy a contar la verdad, ya que según se ve, nadie te lo ha dicho aún. A nadie le caes bien, todos te miran de forma extraña. Te tienen los profesores en alta estima porque tu viejo trabaja en el ayuntamiento.
En un principio esto sería una aventura para John y yo. Descubriríamos los dos este lugar, pero nooo...El bueno de John te tuvo que traer porque el pobre está por ti, pero tú eres tan egocéntrica que ni te fijas. Los favores que ha echo John por ti son innumerables y yo sólo a cambio quiero que la única persona que me comprende esté aquí con nosotros.
-Tom... No tienes ni idea de lo Samantha me ha hecho, además...no es la única que te comprende.-y le miró a los ojos con dulzura. Si vamos a explorar este antro, será mejor que empecemos. La semana que viene me voy de viaje. Ya es definitivo.-Acto seguido salió del habitáculo mostrando una sonrisa muy forzada.
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-Encontré la sala de calderas, Tom-le dijo John.
-Y yo unas cerillas-añadió Samantha.
-Pero la puerta...está atrancada..-enunció Aya.
-Pásame el manojo de llaves que encontraste, John. Alguna de esas debe ser.
-¿Y cómo lo sabes, Tom?-Le interrogó Samantha. Tom interpretó el ademán de Aya. El infierno estaba servido.
-Una habitación tan importante como la de las calderas debe tener su llave cerca, es una de las habitaciones más importantes de una casa-. Acto seguido introdujo una vieja llave mohosa y verde en la cerradura y esta cedió, entre abriendo la puerta y dejando salir un aire cargado y pútrido. -¿Veis?
Samantha sonrió mientras se mordía el labio carmín inferior. Aya agarró la linterna y avanzó hacia la sala, se olvidó de lo que ponía el rótulo de la puerta: "Sótano", a la par, se olvidó de las escaleras y calló rodando...

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